La bona sort es el nombre del restaurante con mayor fuerza gravitacional de la Ciudad Condal. Un antiguo caserón noble del siglo XVI que gracias a Jordi Ginabreda Studio se llena de vida. Plena vida.

Cinco siglos es mucho tiempo en cualquier contexto, pero para una mansión/hostal/bodega del Borne, Barcelona, son 500 años de infinitos caminos cruzados, de historia concentrada. Historia también de la arquitectura, historia que el equipo de interiorismo Jordi Ginabreda Studio ha respetado y actualizado. El caserón de 500 años que ahora se llama La bona sortcon una carta sobresaliente en tapas y carnes.

Tras una fachada de sillería bien escuadrada en el antiguo camino en dirección a Sant Cugat y al Vallès, un antiguo caserón noble del siglo XVI que desde el XIX albergaba el Hostal de la Bona Sort, que según explica Ginabreda, servía de punto de partida de diligencias y recaderos y acogía a afortunados viajeros para posteriormente convertirse en bodega «para llegar a nuestros días convertido en un restaurante regentado por la tercera generación de una misma familia. Su zaguán conserva aún las características del hostal típico: un gran patio, su altillo y sus cuadras. Todo este bagaje histórico fue determinante cuando nos dispusimos a actualizar el aspecto del patio del negocio», explica Ginabreda.

«Una serie de arcos rebajados de mampostería y ladrillo articulan tanto el espacio interior como las distintas zonas del patio. Estos muros y arcos de piedra del siglo XVI son el telón de fondo perfecto para una propuesta que centra su estrategia en dotar al lugar de una cierta pátina antigua. Un viaje al presente partiendo de la rica historia del lugar», continúa.

Según Ginabreda, el primer paso de la intervención consistió en limpiar a fondo los muros de piedra originales, una labor necesaria tras décadas de abandono. Un enorme arco de ladrillo visto franquea el acceso a un patio descubierto por el que se accede a los tres porches diferenciados, cada uno con identidad propia, que configuran la terraza del restaurante. El pavimento de piedra original se encarga de unificar visualmente las distintas zonas cubiertas y descubiertas que conforman los 300 metros cuadrados de terraza exterior. El antiguo acceso desde la calle lo ocupa un primer porche, en forma de pasadizo cubierto. Sus paredes se cubren de la misma capa de madera de roble envejecido que cubre el comedor principal, vinculando visualmente los dos espacios para los transeúntes. En ellas crecen musgos y líquenes, como un eco de años de clausura y humedad. Por cinco siglos más.